Cosas mías

Envigría

“Verás cuando se enteren mis amigas, ¡se van a morir de envidia!”. Esta exclamación o algo similar corresponde a una cuña publicitaria sobre no recuerdo qué producto, artículo o servicio -los mensajes negativos no se me suelen quedar- que refleja un prototipo de la mujer envidioso y, por tanto, miserable. Estoy segura de que, en algún momento de la pubertad o adolescencia, esos años en los que la inseguridad te invade y amenaza con quedarse, sentí envidia o algo muy parecido, pero puedo decir con los dedos en la mano, como decían Gomaespuma -qué grandes-que es un sentimiento que no creo haber tenido, y mucho menos ejercitado o reivindicado, de adulta. Sí he sentido, sin embargo, sensación de júbilo por el logro ajeno, acompañada de un intenso deseo de experimentar algo similar ¿Podemos los españoles aspirar a compartir el bien ajeno sin que nos cause pesar? Sí. Rotundamente sí. Los españoles, las mujeres, los chinos, los binarios y todo hije de vecino, por mucho que nos empeñemos en que es el mal endémico de este país. Cuando se repite un mantra tantas veces no sé si acaba por hacerse realidad, pero al menos sí por parecerlo.

En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en la entrada de ‘envidia’ aparecen dos acepciones: la primera es “Tristeza o pesar del bien ajeno”; la segunda, “Emulación, deseo de algo que no se posee”. Esta última la compro sin dudar como una característica, no solo española, sino que me atrevería a decir ‘humana’, exceptuando a todos esas personas que, no sin determinación y trabajo, han conseguido instalarse en la aceptación. Mi más sincera enhorabuena. Pero en lo que respecta a la primera acepción, me niego a hacerla extensible, y mucho menos a las mujeres, así, por la cara.

Las mujeres que me rodean y de las que me rodeo no son así. Haberlas haylas, y de hecho conozco alguna a la que podría meter en el saco de la tirria sin mucha vacilación -tengo el privilegio de haber conocido muchos tipos de persona-, pero también hay y he conocido hombres rastreros y no se ha hecho de ellos un arquetipo publicitario. Creo honestamente que me he alegrado de todos los éxitos de mis amigas y también que no siento envidia, y no porque muchas de ellas no tengan experiencias fabulosas, que las tienen, pero son SUS vidas, y son MIS amigas, y por eso me alegro de sus fortunas y aciertos mientras yo procuro construirme los propios. De lo contario no serían mis amigas o, más bien, yo no podría considerarme amiga suya.

Sí que he sentido, y estoy segura de que sentiré, alegría por el bien ajeno y, al mismo tiempo, el deseo de que me ocurra algo similar. Con frecuencia se emplean términos como “envidia sana” o “envidia de la buena” para dejar claro que nuestra alegría es sincera y que se trata de un sentimiento positivo y puro. Pero ser específico a base de añadir palabras es una pesadez, además de que suena a eufemismo.

Por eso estreno este blog con una propuesta: acuñar el término ‘envigría’. No digo yo que el palabro sea bonito, pero tiene dos ventajas: representa un sentimiento existente y hasta ahora no reflejado en el lenguaje -al menos en castellano-, y su significado se puede adivinar a primer golpe de vista o de oído. Propongo, pues, llevar esta palabra a la RAE, o al menos el concepto; si alguno de vosotros idea un término más acertado, bienvenido será, y si la Academia llegara a aceptarlo sentiré una sincera y gozosa envigría.